Más playa, más niños, más cerveza...
Vamos, lo que vienen a ser unas vacaciones normales y corrientes.
Tan solo un detalle, y es que ayer me di cuenta de que mi reloj se había parado (la pila) así que pasé el resto del día sin ataduras con el tiempo, sin saber y sin que me importase la hora que era.
Y tengo que reconocer que acostumbrado a vivir atado a un horario, es toda una novedad el tener una grata sensación de libertad al ir de un lado a otro sin que te importe la hora que es.
La mejor prueba la tuvimos por la noche, cuando ampliamos nuestro paseo hasta los 7km y estuvimos 3 horas fuera de casa, disfrutando del aire fresco del mar, paseando por el paseo marítimo, con el único ritmo que marcaban las olas al romper en la playa.
Una pena no tener una mejor cámara para apreciar la belleza del momento, en la mitad del camino, con la luna reflejándose sobre el mar.